"La emancipación fue la resultante de una obra urbana y criolla", escribió alguna vez Jorge Basadre, y, ciertamente, su programa no consideró ningún carácter de reivindicación social de las clases oprimidas. No tuvo la fisonomía agraria que hubiese permitido la redención de las mismas y por ello, a pesar del advenimiento de la independencia, se mantendrían las causas de la agitación social.
Así, mientras en las haciendas de la costa van a sublevarse los negros, individual y colectivamente, contra la esclavitud, en la sierra los indios van a continuar rebelándose contra la servidumbre en las haciendas, y contra la fiscalización excesiva que se les imponía, en el caso de las comunidades indígenas.
La republica en casi nada había cambiado la situación del indio; y se manifestó en la sierra la recomposición del feudalismo. Al respecto, Jean Piel ha escrito: "La republica mantiene la existencia del tributo colonial bajo formas nuevas, contribu-ción de indígenas hasta 1854, contribución personal hasta el siglo XX, y la mita sobrevive gracias a los obligados servicios personales gratuitos: repúblicas, faenas, mitas y conscripción vial". Por ello, el indio no cesaría de rebelarse contra el sistema que lo oprimía, ayer en la colonia y ahora en la república.
Una rebelión antifiscal típica, de clara motivación económico-social, a decir de Mariátegui, fue la que estalló en Huaraz el ano 1885, bajo el liderazgo del alcalde indio Pedro Pablo Atusparia.
Por entonces se hallaba el Perú en una situación catastrófica. Había terminado la guerra con Chile y la firma del tratado de Ancón determinó la perdida para el país de sus yacimientos salitreros; al mismo tiempo, los de guano se habían agotado y las exportaciones disminuían de manera sensible.
En la presidencia fue encumbrado el general Iglesias, gobernante impuesto por Chile, quien en su afán de amenguar la ruina del erario restableció el pago de la "contribución personal" de indígenas, ascendiente a dos soles de plata, suma excesiva para el presupuesto indio, más si se tiene en cuenta que los soles incas, única moneda usada en el campo, habían sido devaluados al décimo de su valor nominal, con lo cual el impuesto real era de veinte soles incas.
En Huaraz, población terriblemente asolada por la guerra, el prefecto Javier Noriega, encargado de hacer cumplir tal disposición, iba a mostrar una conducta por demás abusiva. Aparte del tributo, Noriega resucitó las "repúblicas", faenas de carácter gratuito, manifestación tardía de la mita colonial. Bien se puede inferir lo que significó la republica, en sus dos acepciones, para los indios.
Noriega conminó a las comunidades de Huaraz llevar a cabo la refacción de la Corte de Justicia Departamental, "símbolo del aborrecido poder judicial -dice Piel- que siempre se ejerce a expensas de los indios". A estos abusos se agregó el despojo gradual y reciente de las tierras de las comunidades, por gamonales en contubernio con políticos y jueces y la obligatoriedad del "presente", tributo en especies (lana, gallinas, cuyes, huevos, etc.), que cada sábado los indios debían entregar a las autoridades.
Imposibilitados de pagar el tributo y considerando humillante el trabajo de las "republicas"; los indios reunidos en asamblea nombraron por su delegado a Pedro Pablo Atusparia, alcalde de la comunidad de Marián, encargándole presentar al prefecto un memorial pidiendo respetuosamente se aboliese, o al menos se redujese al 25 por ciento, la contribución impuesta y se suprimiesen las "republicas".
Cerca de cincuenta alcaldes indios firmaron un memorial, que redactado por un tal doctor González fue presentado al prefecto, provocando en éste la reacción más violenta: ordenó arrestar a Atusparia y lo sometió a tortura, esperando delatase al mestizo que había escrito el documento. En conocimiento del atropello, los demás alcaldes indios acudieron a la prefectura solicitando la liberación de su delegado.
A la sazón, Noriega había salido para Aija, por asuntos particulares, y quien se enfrentó a los alcaldes indios fue José Collazos, individuo carente de escrúpulos que lejos de atender la solicitud se burló de ella, ordenando además a sus gendarmes cortar las trenzas de aquellos. Esto colmó la paciencia, puesto que entre los indios las trenzas eran símbolo de autoridad. Y entonces se desató la rebelión.
Acaudillados por sus alcaldes y regidores, y armados de machetes, hondas, rejones y algunos fusiles, empezaron los in-dios a bajar a la ciudad de Huaraz el 2 de marzo de 1885. Collazos, que contaba con 70 hombres de caballería, 120 de infantería y otros 100 del batallón Artesanos, ordenó detener el avance indio a balazos. Pero esta fuerza no pudo evitar que al día siguiente una multitud consumara el asalto, masacrando a la gendarmería. Collazos logró escapar a duras penas, con algunos de sus colaboradores.
Atusparia hizo lo posible por evitar el pillaje; consiguió que se respetaran las propiedades de los "mistis", pero no pudo detener el saqueo de los comercios de chinos. El 4 de mazo el caudillo, a la cabeza de unos ocho mil indios, era dueño de la ciudad; disponía de trescientos fusiles y de la pólvora del cuartel que cayó en su poder. Los vecinos de Huaraz procuraron, en principio, mantenerse al margen de los hechos; la rebelión era contra las autoridades y no contra ellos. Luego la justificaron en parte, pues el 8 de marzo la ciudad en pleno celebró una misa de gracias por el triunfo obtenido.
Ese día, Atusparia, director supremo, nombró como nuevo prefecto al abogado Manuel Mosquera, agente político de Andrés Avelino Cáceres, a la sazón en guerra civil contra el presidente Miguel Iglesias. Mosquera aprovechó la situación para hacer firmar un acta entre los vecinos desconociendo al gobierno chilenófilo. Luis Montestruque, un intelectual mestizo, fue nombrado secretario general del movimiento; fue él quien editó el periódico titulado "El Sol de los Incas", desde cuyas páginas reclamó la restauración del imperio de los Incas. "Carente de programa y doctrina -dice José Carlos Mariátegui-, la rebelión triunfante se sintió impotente para trasformarse en revolución. Había sido un levantamiento instintivo y desesperado y como tal no podía aspirar a mucho. Con un ideólogo como Montestruque y un tinterillo como Mosquera, la insurrección indígena de 1885 no podía tener mejor suerte".
Sin embargo, la rebelión se extendería por las provincias vecinos con bastante éxito. Por entonces se unió a los rebeldes el obrero minero Pedro C. Cochachin, quien poco después se convirtió en principal motor del movimiento.
Para abril los partidarios de Atusparia eran fuertes en todo el Callejón de Huaylas; Carhuas, Yun-gay, Caraz y Huaylas estaban en su poder y los guerrilleros de Cochachin, más conocido por Uchcu Pedro, vigilaban las salidas hacia la costa. Aislados del movimiento solo quedaron los hacendados, quienes en salvaguarda de sus intereses armaron milicias entre chinos y zambos.
A lo más, los rebeldes podían aspirar a trasformar su región en un enclave autónomo, esperando que en el resto del país siguieran su ejemplo sus hermanos de raza. Mira difícil de alcanzar; no obstante que en el tiempo precedente se habían sucedido varios movimientos con similares ideales, el principal de los cuales fue el encabezado por Juan Bustamante en el altiplano.
El gobierno republicano, en el cual ellos no tenían representatividad ni defensores, no tardaría en volverlos a someter. Ba-ses muy endebles sostenían la rebelión. El retorno romántico al imperio incaico -señala Jean Piel- era como plan tan anacrónico como la honda y el rejón como armas para vencer a la república.
Conocedor de los hechos, Miguel Iglesias el presidente de facto, impuesto por los chilenos, nombró como nuevo prefecto al coronel Iraola, el 15 de abril de aquel año. Iraola marchó a la zona convulsionada con la expedición punitiva que, al mando del coronel Callirgos, conformaron dos batallones de infantería, un regimiento de caballería y dos brigadas de artillería. A ellos habrían de sumarse luego los chinos y zambos que cedieron los hacendados.
Desembarcado en Casma, el nuevo prefecto confirmó la supresión de toda fiscalidad extraordinaria y de todas las faenas gratuitas, dispuesta anteladamente por el gobierno bus-cando quitarle razón de ser a la rebelión. Las tropas gubernamentales marcharon por Quillo hacia Huaraz, constantemente hostilizadas por los guerrilleros de Uchcu Pedro, quien envió varios mensajes a Huaraz dando cuenta de los sucesos.
Noticiado Atusparia ordenó a Mosquera salir con las huestes rebeldes a contener el avance de Callirgos. El oportunista tinterillo, viendo el desfavorable cambio de la situación, rehuyó aceptar el encargo. Atusparia lo destituyó de inmediato y nombró en su lugar a Pedro Granados, mientras el idealista Montestruque marchaba a la cabeza de los indios en demanda de las tropas del gobierno.
El 21 de abril se produjo la sangrienta batalla de Yungay, con la total derrota de los rebeldes; Montestruque murió heroicamente, defendiendo con honor la noble causa. Y Uchcu Pedro, que lo sucedió en el mando de los rebeldes, consideró obligada la retirada a Huaraz, pues mientras las fuerzas represivas se iban acercando a esa ciudad se sucedían graves desacuerdos entre varios alcaldes indios.
El 4 de mayo cayo finalmente Huaraz, luego de sangriento combate. Atusparia, herido en una pierna, buscó asilo en casa del español Julio Aristobel, de donde fue luego conducido a la del inspector de cárceles. Intercedieron por su vida varias damas de Huaraz, a las que salvara antes de los excesos de sus hombres, por lo que Iraola le concedió garantías.
Aun el 11 de mayo, a la cabeza de cincuenta mil indios, Uchcu Pedro intentó reconquistar la ciudad, pero fue contenido con gran matanza de sus tropas. Siguió a ello una terrible represión, fusilamientos, torturas y violaciones de mujeres, crímenes cometidos por la soldadesca y los milicianos chinos y zambos.
Entre el 12 y el 25 de mayo, a instancias de Atusparia, la mayoría de los alcaldes indios se sometieron al nuevo prefecto. Sólo Uchcu Pedro continuó en la lucha, pero finalmente cayó en una celada y fue fusilado, la tarde del 29 de setiembre.
Así terminó la sublevación india campesino-minera de Atusparia y Uchcu Pedro, una de las tantas que -como recuerda Mariátegui- fracasó por falta de fusiles, programa y doctrina. En junio de 1886 Atusparia viajo a Lima, llegando a entrevistarse con Cáceres, el nuevo presidente, quien se dice le ofreció un puesto público en Huaraz, que el líder indio se negó a admitir.
Un periódico limeño de la época anota que Atusparia solicitó para su pueblo tierras, escuelas y un mejor trato. Volvería luego entre los suyos, quienes para entonces ya no lo estimaban como antes, considerando que había traicionado su causa. Un profundo abatimiento acompañó a Atusparia en sus últimos días, pues creyó que la reivindicación de sus hermanos oprimidos tal vez nunca se lograría. Aislado en Marián, le sobrevino la muerte a principios de julio de 1887, a decir de su biógrafo Augusto Alba Herrera. Su hijo Manuel Ceferino Atusparia, reveló años más tarde que su padre murió envenenado.
Referencias bibliográficas:
Así, mientras en las haciendas de la costa van a sublevarse los negros, individual y colectivamente, contra la esclavitud, en la sierra los indios van a continuar rebelándose contra la servidumbre en las haciendas, y contra la fiscalización excesiva que se les imponía, en el caso de las comunidades indígenas.
La republica en casi nada había cambiado la situación del indio; y se manifestó en la sierra la recomposición del feudalismo. Al respecto, Jean Piel ha escrito: "La republica mantiene la existencia del tributo colonial bajo formas nuevas, contribu-ción de indígenas hasta 1854, contribución personal hasta el siglo XX, y la mita sobrevive gracias a los obligados servicios personales gratuitos: repúblicas, faenas, mitas y conscripción vial". Por ello, el indio no cesaría de rebelarse contra el sistema que lo oprimía, ayer en la colonia y ahora en la república.
Una rebelión antifiscal típica, de clara motivación económico-social, a decir de Mariátegui, fue la que estalló en Huaraz el ano 1885, bajo el liderazgo del alcalde indio Pedro Pablo Atusparia.
Por entonces se hallaba el Perú en una situación catastrófica. Había terminado la guerra con Chile y la firma del tratado de Ancón determinó la perdida para el país de sus yacimientos salitreros; al mismo tiempo, los de guano se habían agotado y las exportaciones disminuían de manera sensible.
En la presidencia fue encumbrado el general Iglesias, gobernante impuesto por Chile, quien en su afán de amenguar la ruina del erario restableció el pago de la "contribución personal" de indígenas, ascendiente a dos soles de plata, suma excesiva para el presupuesto indio, más si se tiene en cuenta que los soles incas, única moneda usada en el campo, habían sido devaluados al décimo de su valor nominal, con lo cual el impuesto real era de veinte soles incas.
En Huaraz, población terriblemente asolada por la guerra, el prefecto Javier Noriega, encargado de hacer cumplir tal disposición, iba a mostrar una conducta por demás abusiva. Aparte del tributo, Noriega resucitó las "repúblicas", faenas de carácter gratuito, manifestación tardía de la mita colonial. Bien se puede inferir lo que significó la republica, en sus dos acepciones, para los indios.
Noriega conminó a las comunidades de Huaraz llevar a cabo la refacción de la Corte de Justicia Departamental, "símbolo del aborrecido poder judicial -dice Piel- que siempre se ejerce a expensas de los indios". A estos abusos se agregó el despojo gradual y reciente de las tierras de las comunidades, por gamonales en contubernio con políticos y jueces y la obligatoriedad del "presente", tributo en especies (lana, gallinas, cuyes, huevos, etc.), que cada sábado los indios debían entregar a las autoridades.
Imposibilitados de pagar el tributo y considerando humillante el trabajo de las "republicas"; los indios reunidos en asamblea nombraron por su delegado a Pedro Pablo Atusparia, alcalde de la comunidad de Marián, encargándole presentar al prefecto un memorial pidiendo respetuosamente se aboliese, o al menos se redujese al 25 por ciento, la contribución impuesta y se suprimiesen las "republicas".
Cerca de cincuenta alcaldes indios firmaron un memorial, que redactado por un tal doctor González fue presentado al prefecto, provocando en éste la reacción más violenta: ordenó arrestar a Atusparia y lo sometió a tortura, esperando delatase al mestizo que había escrito el documento. En conocimiento del atropello, los demás alcaldes indios acudieron a la prefectura solicitando la liberación de su delegado.
A la sazón, Noriega había salido para Aija, por asuntos particulares, y quien se enfrentó a los alcaldes indios fue José Collazos, individuo carente de escrúpulos que lejos de atender la solicitud se burló de ella, ordenando además a sus gendarmes cortar las trenzas de aquellos. Esto colmó la paciencia, puesto que entre los indios las trenzas eran símbolo de autoridad. Y entonces se desató la rebelión.
Acaudillados por sus alcaldes y regidores, y armados de machetes, hondas, rejones y algunos fusiles, empezaron los in-dios a bajar a la ciudad de Huaraz el 2 de marzo de 1885. Collazos, que contaba con 70 hombres de caballería, 120 de infantería y otros 100 del batallón Artesanos, ordenó detener el avance indio a balazos. Pero esta fuerza no pudo evitar que al día siguiente una multitud consumara el asalto, masacrando a la gendarmería. Collazos logró escapar a duras penas, con algunos de sus colaboradores.
Atusparia hizo lo posible por evitar el pillaje; consiguió que se respetaran las propiedades de los "mistis", pero no pudo detener el saqueo de los comercios de chinos. El 4 de mazo el caudillo, a la cabeza de unos ocho mil indios, era dueño de la ciudad; disponía de trescientos fusiles y de la pólvora del cuartel que cayó en su poder. Los vecinos de Huaraz procuraron, en principio, mantenerse al margen de los hechos; la rebelión era contra las autoridades y no contra ellos. Luego la justificaron en parte, pues el 8 de marzo la ciudad en pleno celebró una misa de gracias por el triunfo obtenido.
Ese día, Atusparia, director supremo, nombró como nuevo prefecto al abogado Manuel Mosquera, agente político de Andrés Avelino Cáceres, a la sazón en guerra civil contra el presidente Miguel Iglesias. Mosquera aprovechó la situación para hacer firmar un acta entre los vecinos desconociendo al gobierno chilenófilo. Luis Montestruque, un intelectual mestizo, fue nombrado secretario general del movimiento; fue él quien editó el periódico titulado "El Sol de los Incas", desde cuyas páginas reclamó la restauración del imperio de los Incas. "Carente de programa y doctrina -dice José Carlos Mariátegui-, la rebelión triunfante se sintió impotente para trasformarse en revolución. Había sido un levantamiento instintivo y desesperado y como tal no podía aspirar a mucho. Con un ideólogo como Montestruque y un tinterillo como Mosquera, la insurrección indígena de 1885 no podía tener mejor suerte".
Sin embargo, la rebelión se extendería por las provincias vecinos con bastante éxito. Por entonces se unió a los rebeldes el obrero minero Pedro C. Cochachin, quien poco después se convirtió en principal motor del movimiento.
Para abril los partidarios de Atusparia eran fuertes en todo el Callejón de Huaylas; Carhuas, Yun-gay, Caraz y Huaylas estaban en su poder y los guerrilleros de Cochachin, más conocido por Uchcu Pedro, vigilaban las salidas hacia la costa. Aislados del movimiento solo quedaron los hacendados, quienes en salvaguarda de sus intereses armaron milicias entre chinos y zambos.
A lo más, los rebeldes podían aspirar a trasformar su región en un enclave autónomo, esperando que en el resto del país siguieran su ejemplo sus hermanos de raza. Mira difícil de alcanzar; no obstante que en el tiempo precedente se habían sucedido varios movimientos con similares ideales, el principal de los cuales fue el encabezado por Juan Bustamante en el altiplano.
El gobierno republicano, en el cual ellos no tenían representatividad ni defensores, no tardaría en volverlos a someter. Ba-ses muy endebles sostenían la rebelión. El retorno romántico al imperio incaico -señala Jean Piel- era como plan tan anacrónico como la honda y el rejón como armas para vencer a la república.
Conocedor de los hechos, Miguel Iglesias el presidente de facto, impuesto por los chilenos, nombró como nuevo prefecto al coronel Iraola, el 15 de abril de aquel año. Iraola marchó a la zona convulsionada con la expedición punitiva que, al mando del coronel Callirgos, conformaron dos batallones de infantería, un regimiento de caballería y dos brigadas de artillería. A ellos habrían de sumarse luego los chinos y zambos que cedieron los hacendados.
Desembarcado en Casma, el nuevo prefecto confirmó la supresión de toda fiscalidad extraordinaria y de todas las faenas gratuitas, dispuesta anteladamente por el gobierno bus-cando quitarle razón de ser a la rebelión. Las tropas gubernamentales marcharon por Quillo hacia Huaraz, constantemente hostilizadas por los guerrilleros de Uchcu Pedro, quien envió varios mensajes a Huaraz dando cuenta de los sucesos.
Noticiado Atusparia ordenó a Mosquera salir con las huestes rebeldes a contener el avance de Callirgos. El oportunista tinterillo, viendo el desfavorable cambio de la situación, rehuyó aceptar el encargo. Atusparia lo destituyó de inmediato y nombró en su lugar a Pedro Granados, mientras el idealista Montestruque marchaba a la cabeza de los indios en demanda de las tropas del gobierno.
El 21 de abril se produjo la sangrienta batalla de Yungay, con la total derrota de los rebeldes; Montestruque murió heroicamente, defendiendo con honor la noble causa. Y Uchcu Pedro, que lo sucedió en el mando de los rebeldes, consideró obligada la retirada a Huaraz, pues mientras las fuerzas represivas se iban acercando a esa ciudad se sucedían graves desacuerdos entre varios alcaldes indios.
El 4 de mayo cayo finalmente Huaraz, luego de sangriento combate. Atusparia, herido en una pierna, buscó asilo en casa del español Julio Aristobel, de donde fue luego conducido a la del inspector de cárceles. Intercedieron por su vida varias damas de Huaraz, a las que salvara antes de los excesos de sus hombres, por lo que Iraola le concedió garantías.
Aun el 11 de mayo, a la cabeza de cincuenta mil indios, Uchcu Pedro intentó reconquistar la ciudad, pero fue contenido con gran matanza de sus tropas. Siguió a ello una terrible represión, fusilamientos, torturas y violaciones de mujeres, crímenes cometidos por la soldadesca y los milicianos chinos y zambos.
Entre el 12 y el 25 de mayo, a instancias de Atusparia, la mayoría de los alcaldes indios se sometieron al nuevo prefecto. Sólo Uchcu Pedro continuó en la lucha, pero finalmente cayó en una celada y fue fusilado, la tarde del 29 de setiembre.
Así terminó la sublevación india campesino-minera de Atusparia y Uchcu Pedro, una de las tantas que -como recuerda Mariátegui- fracasó por falta de fusiles, programa y doctrina. En junio de 1886 Atusparia viajo a Lima, llegando a entrevistarse con Cáceres, el nuevo presidente, quien se dice le ofreció un puesto público en Huaraz, que el líder indio se negó a admitir.
Un periódico limeño de la época anota que Atusparia solicitó para su pueblo tierras, escuelas y un mejor trato. Volvería luego entre los suyos, quienes para entonces ya no lo estimaban como antes, considerando que había traicionado su causa. Un profundo abatimiento acompañó a Atusparia en sus últimos días, pues creyó que la reivindicación de sus hermanos oprimidos tal vez nunca se lograría. Aislado en Marián, le sobrevino la muerte a principios de julio de 1887, a decir de su biógrafo Augusto Alba Herrera. Su hijo Manuel Ceferino Atusparia, reveló años más tarde que su padre murió envenenado.
Referencias bibliográficas:
- Alba Herrera, C. Augusto. Atusparia y la Revolución Campesina de 1885 en Ancash. Ediciones Atusparia. Lima, 1985.
- Álvarez Brun, Félix. Ancash, una historia regional peruana. Lima. Ediciones P.L.V., 1970.
- Mariátegui, José Carlos. Pr6logo al libro El Amauta Atusparia, de Ernesto Reyna, inserto en: Ideología y Política, volumen 13 de sus Obras completas. Empresa Editora Amauta, Lima, 1977, pp. 184-188.
- Piel, Jean. Rebeliones agrarias y supervivencias coloniales en el Perú del siglo XIX, publicado en la "Revista Museo Nacional", tomo XXXIX, Lima, 1973, pp. 301-314.
- Reyna, Ernesto. El Amauta Atusparia, Ediciones Amauta, Lima, 1930.