El Cordobazo y La Triple A en Argentina

El Cordobazo y La Triple A en Argentina

El Cordobazo y La Triple A en ArgentinaLa aceleración de la historia no concedió tiempo para entablar diálogos de la cultura. La organización parapolicial Triple A comenzó sus acciones de “limpieza” contra artistas e intelectuales en 1974, en pleno gobierno peronista. Esto, sumado ala crisis económica, afectó irreparablemente la creación cultural. El silencio, la autocensura o el exilio serían la única forma de preservarse en la sucesión de hechos de violencia que castigaron al país en los setenta. El “apagón cultural” que siguió después contribuyó a profundizar la decadencia argentina, en épocas en que el progreso del mundo dependía más que nunca de la investigación científica y de la creación cultural. Ese fue el corolario doloroso de las utopías redentoras y de las esperanzas de una época ilusionada.

Cuando el régimen militar, al verse sin posibilidad de asegurar la paz interior, comenzó a retirarse. Perón volvió a ocupar el primer lugar en el escenario político. Para evitar el fracaso de las Fuerzas Armadas, el general Lanusse, el nuevo caudillo de la Revolución Argentina, desafió a Perón.

El general Levingston, designado presidente de facto en junio de 1970, debía gobernar de acuerdo al as indicaciones de Lanusse, la figura dominante de la Junta Militar. Pero pretendió desarrollar su propio proyecto, “argentinizar” el proceso de crecimiento económico y estimular la industria mediante la consigna “compre nacional”, aplicada por las empresas estatales. Préstamos a bajo costo a la industria y aumentos de salarios formaban y parte de un plan destinado a ganarse a las bases sociales y popularizar al gobierno.

Entre tanto e titular de Interior intentó un acercamiento a los partidos políticos. Sólo encontró respuesta favorable en algunas fuerzas provinciales. Las grandes fuerzas populares, todavía oficialmente prohibidas, le dieron la espalda: radicales, peronistas, conservadores populares, socialistas, democristianos y demoprogresistas prefirieron reunirse en un foro permanente. La Hora del pueblo, para presionar al gobierno hacia una salida electoral. Jorge Paladino, delegado de Perón, impulsaba esta iniciativa, de común acuerdo con Balbín.

La inflación recrudeció. Los capitales extranjeros que habían venido atraídos por la garantía que representaba el Plan de Estabilización de Krieger Vasena se fueron del país temerosos del reverdecer del nacionalismo y de la intranquilidad social: los 349 actos de violencia política cometidos en 1969, sumaron 443 en 1970 y 619 en 1971. Esto era sólo el comienzo de una escalada dramática que convirtió a la Argentina en un país de alto riesgo.

Cuando el gobierno normalizó la CGT, Perón logró que se eligiera para el estratégico cargo al metalúrgico José Rucci, cuya lealtad descontaba. La central obrera puso entonces en marcha una serie de pasos generales que afectaron no sólo el cordón industrial de las grandes ciudades sino también el transporte, la educación y los servicios.

La situación social empeoró. La larga huelga de los trabajadores de El Chocón-Cerros Colorados fue apoyada por la población y por el obispo De Nevares, que era tercermundista. Hubo puebladas y movilizaciones de obreros y estudiantes en Catamarca, Tucumán, Salta, Mendoza, Cipoletti. En tales casos se declaraba zona de emergencia y el jefe militar local tomaba el control del área afectada.

Como el gobernador de Córdoba había afirmado que le cortaría la cabeza de un solo tajo “a la serpiente marxista infiltrada entre los cordobeses”, el humor local denominó “Viborazo” a la movilización popular que lo forzó a renunciar. Este “Cordobazo” a escala menor afectó al gobierno nacional. Pero Levingston, aunque se veía desbordado, no aflojaba en sus planes de largo plazo. El 23 de marzo la Junta de Comandantes le pidió la renuncia. Concluía así el segundo turno de la Revolución Argentina.

Alejandro Agustín Lanusse (1918-1996), si bien no tenía fortuna personal, pertenecía a la clase alta tradicional. Era un antiperonista de toda la vida; pasó años preso en un penal de la patagonia por conspirar en 1951; como jefe de granaderos participo de la conjura palaciega contra el general Lonardi; integró en los sesenta el ala “liberal” del “ejército azúl” y cuando ocupó la jefatura del arma desplazó a los oficiales nacionalistas. Se lo acusaba de haber reprimido tardíamente el Cordobazo a fin de desprestigiar a Onganía. Lanusse compensaba ese historial de zancadillas e intrigas con un indiscutido arrojo personal. Sabía dar órdenes y hacerse obedecer y tenía amistades tanto en la elite como entre los boxeadores y los sindicalistas.

Al asumir la presidencia ratificó su adhesión al sistema de gobierno democrático y representativo y se reservó la iniciativa dentro de la Junta. Sus compañeros de la Armada y la Aeronáutica debían conformarse con controlar sus actos.

La designación como ministro del Interior de Arturo Mor Roig fue la señal de la apertura política. Este afiliado radical, presidente de la Cámara de Diputados (1963-1966) y hombre de confianza de Balbín, anunció el cese de la proscripción de los partidos. Pero la apertura no favoreció al radicalismo, como esperaba el gobierno, sino a Perón. Éste se fortaleció a medida que el país se hundía en la violencia.

Los generales Lanusse y Perón ocuparon la primera plana de la política. Observa Liliana de Riz que, aunque representaran a dos tendencias antagónicas, compartían el mismo diagnóstico: la crisis de legitimidad volvía al país ingobernable.

Lanusse aspiraba a la presidencia constitucional. En la consecución de sus planes, el presidente de facto pretendió que Perón desautorizara a la guerrilla. El líder justicialista no le hizo caso: más que el salvataje del gobierno militar le interesaba ahora la reparación histórica. Quería volver como el nuevo mesías, recuperar el grado de general y los bienes confiscados por la "Libertadora". Por eso acicateaba a la guerrilla en lugar de apaciguarla como quería Lanusse y adoptaba en sus declaraciones el lenguaje de Mao o de Fidel para afirmar que el peronismo era el "socialismo nacional".

A fin de combatir el peso de los años, Perón hacia yoga y caminatas por Madrid. Paulatinamente al deterioro de su salud y al deseo de que le solucionaran sus problemas domésticos, dejó el control de la residencia de Puerta de Hierro en manos de su esposa y del misterioso secretario privado, José López Rega, dueño de ciertos "poderes"'.

A mediados de 1971 Lanusse negoció la entrega del cadáver de Evita, secuestrado en 1955 y desde entonces enterrado en un sitio desconocido. Este trato, dado a publicidad por Perón, provocó un brote de rebeldía del sector más "gorila" del Ejército que afortunadamente no prosperó. Lanusse pudo anunciar entonces que en 1973 habría elecciones nacionales sin proscripciones.

Entre tanto, con el objetivo de descomprimir la situación, el gobierno militar llevó adelante una política económica permisiva y de corto plazo, ejecutada por un ministerio permeable a las presiones de las fuerzas empresarias y sindicales: las huelgas salvajes terminaban en aumentos de salarios que se trasladaban de inmediato a los precios; nada evitaba la caída del salario real; los capitalistas, en lugar de invertir, sacaban ganancias aprovechando las diferencias entre la cotización del dólar oficial y el dólar negro.

Pero contra viento y marea había actitudes renovadoras, por ejemplo la apertura comercial y diplomática hacia los países del Tercer Mundo. Más discutible es el acuerdo con Chile para someter al arbitraje inglés la cuestión de limites en el canal Beagle. Asimismo se pusieron en marcha dos grandes emprendimientos de aporte estatal y privado: la planta de aluminio de ALUAR en Puerto Madryn y la de Papel Prensa en Misiones. Fueron logros considerables, aunque en el caso de las obras de ALUAR se denunciaron irregularidades.

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