Estambul en Turquía
Su cúpula, de 55 metros de altura y 31 de diámetro, sigue siendo uno de los puntos obligados de visita turística pues presenta aún algunas de las bellezas originales de su construcción en el siglo VI.
Tras ser saqueada en la Cuarta Cruzada, los otomanos la recuperaron en 1453 y la transformaron en mezquita. Santa Sofía es para quien la visita un ambiente envolvente y cálido, un desafío constante a su capacidad de asombro.
Dato importante para el viajero: para ingresar es necesario dejar los zapatos en la puerta, como sucede en todas las construcciones religiosas musulmanas.
Cruzando la calle está la mezquita del sultán Ahmet I, más conocida como la Mezquita Azul debido a su interior de azulejos azules y blancos de Iznik, potenciados por la luz que llega desde la alta cúpula.
Construida entre 1609 y 1616, es la única que tiene seis minaretes y la segunda más grande en el mundo musulmán. Pero la más bella de todas las mezquitas imperiales de Estambul es la de Solimán, construida entre 1550 y 1557 por Sinán, el famoso arquitecto otomano. En el patio, cinco veces al día, tal como exige el Corán, los hombres hacen abluciones antes de ingresar al recinto para sus plegarias.
Por fuera del impresionante aspecto religioso, este sector de la ciudad da muestras de grandeza a través de sus palacios, como el de Topkapi, residencia de los gobernantes otomanos entre los siglos XV y XIX.
Hoy se ha convertido en un museo que alberga las joyas del tesoro imperial y en él se encuentra la famosa daga esmeralda con un diamante de 84 quilates, junto a armaduras y tronos incrustados con diamantes y perlas.
El museo también alberga las reliquias del profeta Mahoma, llevadas a Estambul cuando los otomanos tomaron el califato. Dentro del primer patio se encuentra el Museo Arqueológico (donde está el famoso sarcófago de Alejandro) y el Museo del Antiguo Oriente, que exhibe objetos de la civilización sumeria, asiria e hitita. Cuando los días del Imperio Romano estaban contados, se consideró conveniente elegir una nueva capital lejos de la turbulenta Roma.
Bizancio resultó entonces el lugar adecuado porque permitía una buena defensa y además estaba ubicada en la principal ruta comercial entre Asia y Europa. En el año 330, Constantino denomió a la ciudad Constantinopla y la convirtió en la capital del Imperio Romano de Oriente.
Con la caída de Roma, aquella quedó como la única capital, convirtiéndose en el centro del Imperio Bizantino a lo largo de un milenio. Lo que nadie sabe en realidad es la fecha en que se fundó Bizancio. Lo que existe es una leyenda que cuenta que Bizas, de la ciudad Megara, consultó al oráculo de Delfos en qué lugar fundar una ciudad.
La respuesta del oráculo fue "Frente a los ciegos", por lo que Bizas y su comitiva comenzaron a deambular por la región hasta que llegaron a la colonia fenicia de Chalcedon.
Aquel grupo de hombres se preguntó una y otra i vez por qué la colonia no se había instalado en la cercana zona de Sarayburnu, enclavada en un sitio mucho más hermoso desde el punto de vista natural, por lo que rápidamente llegaron a la conclusión de que los fenicios eran "los ciegos del oráculo".
La belleza de la zona y la fe religiosa dieron mucha fuerza interior al sultán Mehmet el Conquistador en 1453, cuando reconquistó la ciudad arrasada por la Cuarta Cruzada y la llamó Estambul, para inmediatamente abocarse a la tarea de construir palacios, mezquitas y los tradicionales baños turcos.
Además de esa opulencia medieval, el viajero contemporáneo puede encontrar la magia tradicional de la arquitectura oriental, inserta en el hormigueo de una ciudad habitada por 12 millones de personas.
Los millares de vendedores ambulantes ofrecen ropa, artículos electrónicos, cigarros, relojes; y la regla de oro es el regateo, algo que los turcos esperan de cada visitante y que de no ser puesto en práctica se toma como ofensa a una de sus más caras tradiciones comerciales.
Claro que el lugar elegido por los millones de turistas que anualmente llegan a Estambul es el legendario Gran Bazar, un mercado oriental que data de la época de Mehmet II.
Para adentrarse hay que hacerlo con paciencia y dispuesto a dejarse llevar por la marea humana que lo visita diariamente. Son 30 bocas de entrada a un recinto de 4 mil locales que venden joyas (el oro y la plata se trabajan muy bien y son muy baratos), alfombras, sedas, platería, artículos de cuero, cobre y bronce.
Aquel que se interna a través de la puerta de las joyas encuentra primero, la cascada de doradas ofertas que se prolonga como parte de un brillante laberinto que desembocará en la plata, para luego extenderse por un camino empedrado de turquesas, granates, perlas de Adén, corales y marfiles.
No solo la vista y el bolsillo se regocijan con las ofertas del Gran Bazar; si uno tiene paciencia puede encontrar a algunos señores de barba blanca que vuelcan su sabiduría provenientes de la noche de los tiempos y que indican cuáles piedras son las mejores para sanar algunos males del alma.
Otro exótico centro comercial es el Mercado de las Especias, también conocido como Mercado Egipcio. El antiguo edificio fue hace siglos la terminal de la ruta de las especias, a la que concurrían los cocineros de los sultanes en procura de los mejores ingredientes para satisfacer los paladares imperiales.
Ahora esos mismos puestos son un desafío para los ojos del turista, que encuentra ordenados y prontos para la venta pistachos, dátiles, ciruelas, piñones, almendras, junto a algunos confites recién horneados que mezclan los sabores de la miel, los quesos y las especias.
Pero lo que le sucede a la vista y al paladar se potencia en el olfato, porque es posible encontrar en alguno de los puestos los aromas originales del almizcle, el sándalo, el ámbar, la gardenia, el cannabis, todos en cerrados en frascos artesanales que prometen algunos de los misterios del Oriente que comienza en Estambul.
Gustosos los vendedores sentados, en el piso, le piden al viajero el reverso de la mano para volcar en ellas algunas de las combinaciones logradas a partir de los aromas esenciales y siglos de tradición.
Pero caminar sus calles, respirar sus olores, sumergirse el mar humano que la habita es un de los desafíos que cada año se imponen cerca de un millón de viajeros occidentales.
Ávidos de esa experiencia única recorren la ciudad en busca de los tesoros artísticos que promueven las guías de viaje, pero también del despliegue de las modernas construcciones y las vanguardias del diseño que conviven con las glorias romanas, otomanas y bizantinas. Estambul promete y entrega.
A cada paso el viajero .encuentra imágenes que superan en belleza los encuadres de las postales, el aroma de las castañas que se asan en cada esquina, las especias de los mercados del sector asiático.
Caótica y sensual, la cosmopolita Estambul sigue ofreciendo por las noches la danza del vientre como uno de sus espectáculos tradicionales, mientras cada día miles de mujeres van por sus calles con la mirada clavada en el piso y ropas tan oscuras como sus misteriosos ojos. Europa y Asia, tradición y modernidad, el imperio de los sentidos que espera (y sorprende) al viajero.
La otrora mítica Constantinopla está en continuo movimiento desde mediados del siglo pasado y eso se puede apreciar en algunos barrios que han crecido y ganado en identidad. De hecho la ciudad puede dividirse en cuatro sectores.
El más antiguo es Emononu, el barrio musulmán, que alberga los atractivos turísticos más tradicionales. El viajero que cruce el Galata encontrará en el otro extremo a Beyoglu, el barrio cristiano, en pleno proceso de reciclaje.
Al norte se encuentran los fascinantes palacios (yaiis) de los sultanes, hoy ocupados por estrellas del espectáculo y extranjeros millonarios. Estas construcciones de madera que pueden apreciarse desde los cruceros que navegan el Bósforo fueron las que inspiraron las célebres casas sobre pilotes de Le Corbusier.
El cuarto (y quizá menos visitado) sector es la parte asiática del Bósforo. donde se puede encontrar vestigios del esplendor otomano, como en Uskudar y Kadikoy.
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