La Evolución Política de Al-Andalus en España
La formación de un estado islámico asentado en la mayor parte de la península ibérica es el resultado de un proceso que durará desde el año 711 (desembarco de las primeras tropas) hasta el año 755, en que se constituye el estado Omeya. Es difícil reconstruir las primeras etapas de este proceso debido a la escasez de fuentes, pero se puede señalar la periodización siguiente:
La ocupación (711-755).
La situación de debilidad del estado visigodo de la península se acentuó con la muerte del rey Witiza (710) y el conflicto sucesorio desatado entre su hijo Akila y sus partidiarios, y el noble Roderico (Don Rodrigo) y los suyos. Parece ser que en el marco de este enfrentamiento se produce la llegada de la primera expedición al mando de Tarik, enviada por el gobernador de la provincia de Ifriqiya, Musa ibn Musayr. En el año 711 tiene lugar el combate llamado de Guadalete, sin que su ubicación geográfica se haya podido precisar sin dudas.
Entre el 711 y el 722 los musulmanes recorren la Península con facilidad, lo que se explica por la descomposición interna del estado visigodo, la falta de cohesión entre godos e hispanorromanos y los procedimientos utilizados por los musulmanes en su avance, que contemplaban la posibilidad de seguir practicando el cristianismo.
La dirección del avance es hacia Levante primero, pactando la sumisión del territorio gobernado por Teodomiro (Cora de Tudmir, pacto de Teodomiro 713); después hacia Aragón, donde se divide en dos líneas: hacia el noroeste, donde serán frenados hacia el 720 en la escaramuza de Covadonga, y hacia Francia, donde serán derrotados por los francos de Carlos Martel en la batalla de Poitiers (732).
En esta etapa, la península es gobernada por valíes, y la característica dominante es la inestabilidad. En algún momento, la autoridad máxima será un emir, que dependía de la que en ese momento podría ser considerada la capital del Islam, Damasco. Uno de los problemas más graves de los ocupantes es el enfrentamiento entre las distintas tribus o etnias que componían sus tropas: desde la élite árabe y siria, hasta los escalones más bajos ocupados por egipcios y bereberes. El distinto tratamiento a la hora del reparto de tierras hará que surjan conflictos entre los invasores.
El emirato independiente de Bagdad (756-929).
En el año 750 la capital del Islam se ve sacudida por graves problemas políticos. Los Omeya, gobernantes hasta ese momento, son liquidados por los abbasíes o Abbásidas. Uno de los omeya huye y se refugia en Al-Ándalus. Se trata de Abderramán I, que será respaldado por los árabes unidos a él por vínculos de parentesco, y se proclamará emir independiente en 756. Abderramán I es el verdadero artífice del estado islámico peninsular. Consiguió un ejército profesionalizado, controló más o menos los enfrentamientos tribales, y ocupó los cargos políticos con miembros de la familia Omeya. Así, dejó el terreno preparado a sus sucesores Hixam I (788-796) y Alhakén I (796-821). Con Abderramán II (822-852) se llega a la época más brillante del emirato. Reorganizó el gobierno, centralizándolo; creó las cecas y las fábricas textiles de Córdoba, impulsó el crecimiento y fundación de ciudades (por ejemplo, la propia ciudad de Murcia viene de este periodo, como campamento para controlar problemas en la zona), continuó con la profesionalización del ejército. Sin embargo, la presión fiscal provocó numerosos levantamientos de muladíes y mozárabes. Se acentuó la intransigencia religiosa con los no islámicos, lo que provocó la huida de muchos mozárabes hacia los reinos cristianos del norte.
A partir de la muerte de Abderramán II el emirato entra en crisis. Los levantamientos se multiplican por todas partes, siendo las más importantes las de los Banu Qasi (muladíes de la zona de Tudela), la de Ibn Marwan en Mérida, y la de Omar abén Hafsún en la zona de Bobastro.
El califato de Córdoba (929-1031).
Desde el año 912 gobernaba Al-Ándalus Abderramán III. Era emir independiente, pero se mantenía la ficción de un reconocimiento a la autoridad religiosa del califa. Abderramán III consigue afirmar su poder sometiendo la revuelta de Hafsun, y reiniciando la guerra santa contra los cristianos del norte. Como gesto máximo de poder, rompe con Bagdad y se autoproclama califa en 929, estableciendo Córdoba como capital. Es el inicio de la etapa de máximo esplendor de Al-Ándalus. El primer califa peninsular desarrolla una ambiciosa política bélica, interviniendo en el norte de África, ocupando Melilla y Ceuta. Su obra, tanto en política interior como en relaciones exteriores, fue continuada por su hijo y sucesor Alhakén II (961-976), que vivió una de las épocas más pacíficas y fecundas de Al-ándalus. Entre las novedades más importantes en la política tenemos: la organización de un cuerpo de funcionarios palatinos constituido por esclavos y libertos de origen europeo, y la casi sustitución de ejércitos árabes por otros bereberes. Es un testimonio de la pérdida de confianza en la élite árabe, a la que se acusaba de la derrota sufrida por el califa en Simancas (939). Al llegar al trono Hixem II (978) se produce el inicio de la decadencia. El califa abandona progresivamente las tareas de gobierno, refugiándose en la cultura y la literatura. Empieza el ascenso del visir Almanzor, que acumulará cada vez más poder, sosteniéndose en sus éxitos militares frente a los cristianos (veinticinco campañas en once años, con un triunfo simbólico en su saqueo de Santiago de Compostela). Continuó introduciendo a los bereberes en el ejército, y aprovechó los botines de guerra para financiar los gastos políticos. En el año 1002 Almanzor moría a resultas de heridas producidas en la batalla de Calatañazor. Dejó el frente del poder una dinastía de visires (los amiríes) que con Abd al Malik y Abderramán Sanchuelo poco a poco fue perdiendo el control.
Reinos de Taifas (1031-1492).
En el año 1031 se rompe la unidad de Al-Ándalus. Esta etapa es más bien un epílogo a la dominación islámica y se articula como una sucesión de periodos que alterna la división política en reinos independientes (las taifas) con otros de unificación debida a la presencia de invasores. Resumiendo, a los primeros reinos de taifas le sucede la unificación almorávide (1085-1145); un segundo periodo de taifas, con una nueva unificación, la almohade (1170-1212); y un periodo final de taifas, con una muy breve presencia de invasores benimerines (s. XIV). Todo ello marca el declive musulmán, al tiempo que los cristianos van ganando fuerza y territorios. El resultado final será la presencia de un último reino musulmán en la península, el reino nazarí de Granada, hasta su extinción definitiva en 1492.
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www.megatimes.com.br
La ocupación (711-755).
La situación de debilidad del estado visigodo de la península se acentuó con la muerte del rey Witiza (710) y el conflicto sucesorio desatado entre su hijo Akila y sus partidiarios, y el noble Roderico (Don Rodrigo) y los suyos. Parece ser que en el marco de este enfrentamiento se produce la llegada de la primera expedición al mando de Tarik, enviada por el gobernador de la provincia de Ifriqiya, Musa ibn Musayr. En el año 711 tiene lugar el combate llamado de Guadalete, sin que su ubicación geográfica se haya podido precisar sin dudas.
Entre el 711 y el 722 los musulmanes recorren la Península con facilidad, lo que se explica por la descomposición interna del estado visigodo, la falta de cohesión entre godos e hispanorromanos y los procedimientos utilizados por los musulmanes en su avance, que contemplaban la posibilidad de seguir practicando el cristianismo.
La dirección del avance es hacia Levante primero, pactando la sumisión del territorio gobernado por Teodomiro (Cora de Tudmir, pacto de Teodomiro 713); después hacia Aragón, donde se divide en dos líneas: hacia el noroeste, donde serán frenados hacia el 720 en la escaramuza de Covadonga, y hacia Francia, donde serán derrotados por los francos de Carlos Martel en la batalla de Poitiers (732).
En esta etapa, la península es gobernada por valíes, y la característica dominante es la inestabilidad. En algún momento, la autoridad máxima será un emir, que dependía de la que en ese momento podría ser considerada la capital del Islam, Damasco. Uno de los problemas más graves de los ocupantes es el enfrentamiento entre las distintas tribus o etnias que componían sus tropas: desde la élite árabe y siria, hasta los escalones más bajos ocupados por egipcios y bereberes. El distinto tratamiento a la hora del reparto de tierras hará que surjan conflictos entre los invasores.
El emirato independiente de Bagdad (756-929).
En el año 750 la capital del Islam se ve sacudida por graves problemas políticos. Los Omeya, gobernantes hasta ese momento, son liquidados por los abbasíes o Abbásidas. Uno de los omeya huye y se refugia en Al-Ándalus. Se trata de Abderramán I, que será respaldado por los árabes unidos a él por vínculos de parentesco, y se proclamará emir independiente en 756. Abderramán I es el verdadero artífice del estado islámico peninsular. Consiguió un ejército profesionalizado, controló más o menos los enfrentamientos tribales, y ocupó los cargos políticos con miembros de la familia Omeya. Así, dejó el terreno preparado a sus sucesores Hixam I (788-796) y Alhakén I (796-821). Con Abderramán II (822-852) se llega a la época más brillante del emirato. Reorganizó el gobierno, centralizándolo; creó las cecas y las fábricas textiles de Córdoba, impulsó el crecimiento y fundación de ciudades (por ejemplo, la propia ciudad de Murcia viene de este periodo, como campamento para controlar problemas en la zona), continuó con la profesionalización del ejército. Sin embargo, la presión fiscal provocó numerosos levantamientos de muladíes y mozárabes. Se acentuó la intransigencia religiosa con los no islámicos, lo que provocó la huida de muchos mozárabes hacia los reinos cristianos del norte.
A partir de la muerte de Abderramán II el emirato entra en crisis. Los levantamientos se multiplican por todas partes, siendo las más importantes las de los Banu Qasi (muladíes de la zona de Tudela), la de Ibn Marwan en Mérida, y la de Omar abén Hafsún en la zona de Bobastro.
El califato de Córdoba (929-1031).
Desde el año 912 gobernaba Al-Ándalus Abderramán III. Era emir independiente, pero se mantenía la ficción de un reconocimiento a la autoridad religiosa del califa. Abderramán III consigue afirmar su poder sometiendo la revuelta de Hafsun, y reiniciando la guerra santa contra los cristianos del norte. Como gesto máximo de poder, rompe con Bagdad y se autoproclama califa en 929, estableciendo Córdoba como capital. Es el inicio de la etapa de máximo esplendor de Al-Ándalus. El primer califa peninsular desarrolla una ambiciosa política bélica, interviniendo en el norte de África, ocupando Melilla y Ceuta. Su obra, tanto en política interior como en relaciones exteriores, fue continuada por su hijo y sucesor Alhakén II (961-976), que vivió una de las épocas más pacíficas y fecundas de Al-ándalus. Entre las novedades más importantes en la política tenemos: la organización de un cuerpo de funcionarios palatinos constituido por esclavos y libertos de origen europeo, y la casi sustitución de ejércitos árabes por otros bereberes. Es un testimonio de la pérdida de confianza en la élite árabe, a la que se acusaba de la derrota sufrida por el califa en Simancas (939). Al llegar al trono Hixem II (978) se produce el inicio de la decadencia. El califa abandona progresivamente las tareas de gobierno, refugiándose en la cultura y la literatura. Empieza el ascenso del visir Almanzor, que acumulará cada vez más poder, sosteniéndose en sus éxitos militares frente a los cristianos (veinticinco campañas en once años, con un triunfo simbólico en su saqueo de Santiago de Compostela). Continuó introduciendo a los bereberes en el ejército, y aprovechó los botines de guerra para financiar los gastos políticos. En el año 1002 Almanzor moría a resultas de heridas producidas en la batalla de Calatañazor. Dejó el frente del poder una dinastía de visires (los amiríes) que con Abd al Malik y Abderramán Sanchuelo poco a poco fue perdiendo el control.
Reinos de Taifas (1031-1492).
En el año 1031 se rompe la unidad de Al-Ándalus. Esta etapa es más bien un epílogo a la dominación islámica y se articula como una sucesión de periodos que alterna la división política en reinos independientes (las taifas) con otros de unificación debida a la presencia de invasores. Resumiendo, a los primeros reinos de taifas le sucede la unificación almorávide (1085-1145); un segundo periodo de taifas, con una nueva unificación, la almohade (1170-1212); y un periodo final de taifas, con una muy breve presencia de invasores benimerines (s. XIV). Todo ello marca el declive musulmán, al tiempo que los cristianos van ganando fuerza y territorios. El resultado final será la presencia de un último reino musulmán en la península, el reino nazarí de Granada, hasta su extinción definitiva en 1492.
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