Carlos Castro Saavedra | Colombia


Carlos Castro Saavedra | Colombia

Carlos Castro SaavedraCarlos Castro Saavedra fue un poeta y prosista antioqueño (Medellín, agosto 10 de 1924 - abril 3 de 1989).

Estudió en el colegio San Ignacio de Loyola de Medellín y en el liceo de la Universidad de Antioquia. Desde muy joven escribió poesías que eran publicadas en los diarios y revistas de la ciudad. Sus primeros libros fueron Fusiles y luceros, en 1946, Mi Llanto y Manolete, en 1947, y 33 poemas, en 1949.

Con el poema Mensaje de América obtuvo un premio en Berlín, que años más tarde le granjearía, a nivel nacional, el premio Germán Saldarriaga del Valle. El gran reconocimiento a su obra se dio con el homenaje nacional que el gobierno le rindió entonces. El acto tuvo lugar en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín el 23 de abril de 1986. Se exaltó entonces el gran aporte que hizo a la literatura colombiana. Castro es el poeta de la violencia, recrea la muerte, pero para dejar que fluya la voz de la esperanza hacia una vida mejor.

Su producción literaria es variada: poesía, prosa, novela, teatro, literatura infantil, periodismo.

Escribió la letra de los himnos de muchas instituciones colombianas como la Universidad Gran Colombia de Bogotá, la Universidad de Medellín, el Ingenio Riopaila del Valle del Cauca al igual que el himno del cooperativismo y otros.

En 1985 creó el Concurso de Cuento "Jorge Zalamea". En 1990 ese certamen tomó el nombre de su fundador.

Actualmente hay un centro educativo en su memoria en Sabaneta, Antioquia.

CALLÉMONOS UN RATO
Hemos hablado mucho, compatriotas,
¿porqué no nos callamos
para que la palabra se maduren
en medio del silencio
y se vuelvan arroz,
cajas de pino, escobas,
duraznos y manteles?
Hacemos mucho ruido
y repetimos la palabra muerte
hasta que la matamos.
Decimos mucho corazón
y gastamos el fruto más hermoso del pecho.
Lo que importa es el río,
no su nombre.
Lo que interesa es pan
y no discursos
sobre las propiedades de la harina.
El mar es bello porque es mar
y no porque lo cantan los poetas,
y existirían piñas
aunque no se llamaran como llaman.
Bajo la tierra crece la semilla
porque el surco no habla
ni le pone adjetivos a la espiga.
Un hombre que se calla largamente
se convierte en camino,
y si guarda silencio su mujer
puede volverse viaje.
Callémonos un rato,
al menos para ver qué le sucede
a la palabra uva.
Es posible que crezca y se derrame
hasta llenar el mundo de dulzura
y cascadas de vino.

ESPOSA PATRIA
No me canso de andar por tus collados,
de recorrer tu cuerpo y tus colinas,
de sembrar en tu tierra desgarrada
por mi pecho de espadas y de espinas.

Centímetro a centímetro te busco,
atravieso tus valles y terrenos,
y no me pueden contener tus manos
ni me sirven tus puertas ni tus frenos.

Penetro a golpes en tus precipicios,
a golpes rompo dulces armamentos,
y caigo en tus abismos desarmados
con mis labios furiosos y mis ojos violentos.

Con mi espumoso amor, con mi oleaje,
gasto tu resistencia y tus orillas,
y llego hasta la tierra de tus huesos
coronado de incendios y semillas.

Soy labriego de todas tus parcelas,
capitán de tus muslos, minero de tus minas,
leñador de tus árboles ocultos,
verdugo de tu pelo y tus encinas.

Sacudo tus raíces coloradas,
ataco tus rodillas, tus diamantes,
y muerdo la manzana de tu cara
con mis dientes hambrientos y mis labios amantes.

Me saben a Colombia los mordiscos,
a patria los abrazos y los besos,
y me saben las sábanas a tierra,
y a tierra las cobijas y los huesos.

Mujer de barro triste y colombiano,
de orquídeas aplastadas en mi lecho,
de rojos cafetales desgranados
por mis cóleras dulces y mi pecho.

Esposa del maíz y de los tiples,
de los bambucos y los yacimientos,
esposa mía, esposa de mi espuma
y de mis tequendamas insurrectos.

Esmeralda morena, tierra viva,
chapolera, paloma de ojos bellos,
campesina vestida de amapolas,
de espigas populares y destellos.

Busco en tu frente pueblos y caminos,
galopo en tu cintura de caballos,
y te sacude el trueno de mis besos
y te ilumina el fuego de mis rayos.

Eres el río grande, el Magdalena,
yo soy el boga sobre la corriente:
me arrastran tus cabellos navegables
y veo pasar los peces por tu frente.

En tu bosque más hondo y más secreto
se abre la flor granate de mis hijos,
se multiplican mis revoluciones,
mis hojas grandes y mis ojos fijos.

Oigo en la vuelta de tu piel disparos
y me encuentro con muertos colombianos,
pero no me devuelvo, esposa mía,
y sepulto los muertos en tus manos.

He de llegar al fondo de tu vida,
al fondo de mi patria y de tus venas,
esposa patria, patria de mis besos,
capital de mis cantos y mis penas.

LOS ATAÚDES ENAMORADOS
Nuestras tumbas, mujer, se darán besos,
nuestros cajones besos y mordiscos,
y no serán sudarios los nuestros sino sábanas
para engendrar trigales
y construir el pecho de los cedros.
Nos volverán a ver sobre la tierra,
a ti llena de polen y de pétalos,
cubierta de azaleas y azahares,
y a mí con un pedazo de primavera roja
entre la boca de madera.
Sobre la tierra, amada, sobre el campo,
tú con trenzas de musgo,
con un manto de plumas y de orquídeas,
y yo con un relámpago extendido en mis ramas
como una fruta elástica y madura.
La muerte será apenas un fecundo reposo,
un sueño recorrido por gusanos labriegos,
otra luna de miel entre raíces,
otro rodar los dos dulces y mudos,
por un salón de terciopelo verde.
Que no pongan el nombre tuyo sobre la bóveda,
ni el mío sobre el hueco que se trague mis tigres,
sino que nos abonen y nos rieguen,
pues esto es suficiente, compañera,
para tu corazón y mi semilla.

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