Fin del Conflicto de La Independencia de México


Fin del Conflicto de La Independencia de México

Fin del Conflicto de La Independencia de México
El capitán Vicente Gil, navarro, jefe de un batallón realista en aquella malhadada batalla de Azcapotzalco, tuvo el triste honor de ser el último español fusilado por insurgentes en el curso de las largas guerras que por la independencia se libraron. Cuando el incierto resultado del combate comenzó a inclinarse en favor de los rebeldes, los soldados de Gil emprendieron la retirada. Inútilmente los exhortó a detenerse y enfrentar la acometida de los insurgentes. Los hombres siguieron huyendo sin parar, y él quedó solo, aislado de su tropa. Así, el joven capitán se vio rodeado de enemigos. Se rindió entonces. Tomó su espada y la entregó al oficial de más alta graduación que tenía a la vista.

Fue conducido al campamento insurgente y tratado con la cortesía y caballerosidad que se reserva al adversario vencido en buena lid. Pero en eso llegó la funesta noticia de que Ortiz, el ‘Chon Pachón’ famoso, había muerto en la batalla. Eso encendió el ánimo de los antiguos insurgentes, que de inmediato pidieron la vida de Gil para vengar la de su amigo. Iturbide y sus inmediatos jefes no querían acceder a la demanda. Con serenidad, pero con energía, el capitán Gil les reclamaba protección: en los términos de las leyes de la guerra no debía morir, pues se había rendido voluntariamente y sólo se le debía retener como prisionero. Todo fue inútil: los representantes de la antigua facción insurgente insistieron en su dura demanda, y Gil fue fusilado en el campamento mismo. Fue él la última víctima de la feroz enemistad que entre realistas e insurgentes se había prolongado durante once años.

La lógica, que tan ausente suele andar en las cosas de la guerra, si impuso en esta batalla final de Azcapotzalco. Aunque Novella proclamó el triunfo de las armas realistas, lo cierto es que el peso de la historia actuaba en favor de la causa de la independencia. El combate de Azcapotzalco no tuvo ya razón de ser, y su única utilidad es como argumento histórico: demuestra que no hubo acuerdo para arreglar la independencia pues los militares españoles, los más de ellos afiliados en la masonería, resistieron hasta lo último, y sólo por la fuerza de las armas y de las circunstancias accedieron a la independencia.

Novella se vio perdido. Entregó el mando de las fuerzas españolas a un mexicano, don José Gabriel Armijo, dando lugar a otra de las ironías de nuestra historia, y promovió una entrevista con O'Donojú para dar fin a su apurada situación. El arzobispo de México, señor Fontes penso que la entrevista sería en Tacubaya, y como tenía ahí una finca dispuso un banquete de cien cubiertos para agasajar a aquellos señores. Se quedó Su Excelencia con su banquete servido, porque a última hora se determinó que la entrevista tuviera lugar en la hacienda La Patera, casi en las goteras de la ciudad de México.

Fue un entrevista tremenda la de Novella y O'Donojú. Se encerraron a solas en una habitación. De milagro no se cayó la casa: disputaron los dos como españoles. Sus gritos, denuestos, voces destempladas y dicterios se oyeron seguramente hasta la cumbre del Popocatépetl (5,465 metros sobre el nivel del mar). Mutuamente se dijeron cosas de mucho peso, se lanzaron al rostro sonoras recriminaciones. O'Donojú tachaba a Novella de ilegal, lo que era cierto; Novella acusaba a O'Donojú de excederse en sus atribuciones, lo que era cierto también. Más de dos horas estuvieron discutiendo así. Afuera los circunstantes estaban consternados, pues podían oír las bombásticas expresiones que iban y venían como cañonazos. No se pusieron de acuerdo los ilustres personajes, y aquello hubiera acabado como el rosario de Amozocsi no es porque en vista de la imposibilidad de seguir hablando llegaron a un punto único de consenso: llamarían a Iturbide para que estuviera presente en la reunión.

Iturbide era consumado diplomático. En menos de una hora los arregló. Novella reconocería a O'Donojú como suprema autoridad de la Nueva España y le entregaría el mando. O'Donojú ordenaría la salida inmediata de las tropas españolas de la ciudad de México, y la pondría a disposición del ejército del Imperio, que así se llamaba ya a la nueva nación. Iturbide, por su parte, se obligaba en los términos del Plan de Iguala a respetar la vida y la propiedad de los españoles y a permitir la retirada de las fuerzas de España con honor. El conflicto había terminado. México era independiente al fin.

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