Ecología Humana


Ecología Humana


Ecología HumanaLa Ecología Humana, tal como se desarrolla en la nue¬va colección que ofrecemos, tiene como punto de partida la analogía que se establece entre los ecosistemas vivien¬tes y el mundo de las relaciones interpersonales. Por tal motivo, para la exposición de nuestra propuesta, no nos interesa ahondar en otros enfoques que se preocupan por los seres humanos en tanto conglomerados poblacionales que establecen relaciones de intercambio energé¬tico con los ecosistemas naturales. Nuestro abordaje tie¬ne una perspectiva más sutil. Pretende leer, desde una mirada ecológica, el ámbito de las relaciones afectivas y cognitivas que surcan nuestra vida diaria.

Tal perspectiva de estudio se justifica por la similitud que existe entre la crisis ecológica y la crisis interpersonal y valorativa del mundo contemporáneo. Fenómenos como el creciente analfabetismo emocional, las dificulta¬des en la vida de pareja y en la vivencia de la intimidad, la funcionalización de las relaciones cotidianas y trastor¬nos como la violencia intrafamiliar o la drogadicción, aparecen como expresión de esa torpeza afectiva típica del mundo contemporáneo.

No sólo padecemos de un terrible analbafetismo emocional, sino que hemos aprendido a sacar provecho de nuestra situación. En efecto. Compensamos el despe¬cho con un afán de productividad que nos lleva a gene¬rar una compulsión por el trabajo y la eficiencia, muy bien vista en nuestra dinámica social. Nada importa que seamos torpes al momento de dar y recibir alimento afectivo, siempre y cuando podamos cumplir con las exi¬gencias productivas de la época.

Vivimos un desastre cultural, pues no otro nombre puede darse a una situación en la que tantas personas, de tan diferente condición social o estrato económico, fracasan en sus empresas amorosas. Nos hemos centra¬do en el manejo de la información —como si envidiáse¬mos a las máquinas—, pero hemos descuidado el cultivo de la sabiduría. Es necesario integrar de nuevo la razón y la emoción. Mientras la información consiste en la manipulación de datos binarios, susceptibles de utilizarse según las categorías excluyentes de lo positivo o lo nega¬tivo, la sabiduría atiende a la articulación de estos datos con los afectos y las pasiones, por lo que se abre a la ambigüedad y a los matices propios de la vida humana. Se trata de recuperar ese terreno en que los afectos se cruzan con la información, para aprender a movernos adecuadamente entre seres humanos que se apuestan pasionalmente en sus experiencias sexuales y en su ma¬nejo del poder. Es decir, para movernos con audacia en medio de los conflictos humanos sin quedar aprisionados en ellos.

El desastre cultural, o crisis ecológica de la interper¬sonalidad, es causado por un conflicto que debe ser ca¬balmente representado para que podamos poner en marcha estrategias de reconstrucción de nuestro entorno afectivo. Para lograrlo, definimos el ecosistema como un conjunto de diferencias que interdependen y la crisis ecológica como la ruptura de uno de estos dos ejes, resultado del afán de productividad y del culto a la efi¬ciencia. Los fenómenos propios del monocultivo —típico ecosistema artificial— se reproducen en la vida humana, con una diferencia que merece ser señalada. En la vida interpersonal, al conflicto entre dependencia y singulari¬dad que existe en todo ecosistema, se añade la torpeza afectiva típica de nuestra cultura al momento de enfren¬tarlo. De esta manera, a un problema natural —cual es la lucha permanente entre estos dos ejes— se suma otro problema interpersonal y social, relacionado con la mane¬ra como en ocasiones abordamos la dinámica afectiva y las relaciones de poder dentro de la sociedad consumista.

Por tal motivo, nuestra pretensión es dar las claves para resolver este segundo nivel del conflicto, es decir, para superar la torpeza afectiva, a fin de dar al choque entre dependencia y singularidad un cauce sano y crea¬tivo para su expresión.

Creemos posible superar el analfa¬betismo emocional, para que el conflicto entre depen¬dencia y singularidad no se convierta en fuente de sufri¬miento innecesario. Para eso, es prioritario aprender a cuidar nuestros nichos afectivos de la polución y la conta¬minación derivadas del exceso de diálogos funcionales y la presencia de chantajes afectivos en el mundo interper¬sonal. Camino que podemos transitar realizando pactos de ternura, entendidos como una postura ética que brin¬da criterios para abordar el choque inevitable entre de¬pendencia y singularidad.

Dichos pactos no se limitan a la intimidad amorosa o a la vida de pareja. También en el ámbito laboral y polí¬tico es necesario apostarte a la delicadeza, sin caer por eso en la flojera o la melosería. Aunque lo olvidemos con frecuencia, compartimos con los demás seres vivientes necesidades apremiantes de oxígeno, agua y alimento. Pero los seres humanos, además, necesitamos con ur¬gencia del afecto, especie de alimento espiritual sin el cual nos marchitamos y hasta perecemos. Nuestro jardín interior necesita de riegos afectuosos, bien sea en forma de caricias, calidez o reconocimiento. Pero este afecto que recibimos y ofrecemos no es siempre el más oportu¬no y adecuado. En ocasiones se trata de afecto trasno¬chado, o hasta vencido y envenenado, propio de esos amores con codazo y zancadilla que tan profundas heri¬das nos dejan en el alma. Por eso, un pacto de ternura es también un acuerdo para realizar un mutuo control de calidad afectiva.

El pacto de ternura no niega que la vida social y amorosa esté llena de conflictos. Al contrario, es necesa¬rio reconocer su presencia, aprendiendo a manejarlos sin terminar aplastados a causa de nuestra torpeza. No compartimos una visión simplista de la problemática eco¬lógica que aboga de entrada por un retorno a la armo¬nía y la estabilidad. A la inversa, no podemos negar que la vida humana y la dinámica viviente serán siempre fuente de conflicto, por lo que se trata de poner en mar¬cha estrategias que permitan manejarlo sin terminar apa¬bullados por él.

Esta ética del conflicto la resumimos en el paradigma de la ternura, o mejor aún, de la ecoternura. La ternura resume nuestra postura actitudinal ante la crisis ecológi¬ca, pudiendo entenderse como un aprendizaje social que exige una reconstrucción de la cultura desde la proximi¬dad; revolución de la vida cotidiana que nos invita a asu¬mir, como horizonte ético, una reflexión sobre el poder, la libertad y la decisión, para aclimatar un uso delicado de la fuerza.

La ternura es la manera de combinar nuestra vehe¬mencia por modificar el mundo con el respeto a las mutuas necesidades de expresar la singularidad, sin poner por eso en peligro la reciprocidad afectiva. La ternura es un derecho y un deber de la vida cotidiana, que es ur¬gente aprender a respetar. De esta manera impediremos la aparición de esos terribles chantajes afectivos, median¬te los cuales le hacemos saber a la persona amada que le entregamos cariño sólo si se acopla a nuestros capri¬chos e intereses. No tenemos por qué resignarnos al de¬samor y al despecho. Podemos reaprender nuestra vida amorosa, dejando de lado hábitos y creencias que nos traen más daño que beneficio.

El enfoque de Ecología Humana es tanto una meto¬dología amplia de reconstrucción cultural e interpersonal, como una perspectiva válida para enfrentar problemas de drogadicción, dificultades en la vida sexual y afectiva, y desbordes de violencia que ponen en peligro la vida civil y la convivencia. Es una nueva manera de entender el amor y la democracia, que busca apuntalar algunos ejes axiológicos cuya importancia se ha desdibujado en el mundo contemporáneo. Lo ofrecemos como una me¬diación conceptual que puede servir de herramienta dia¬lógica en los procesos autogestivos de reconstrucción afectiva, valorativa e interpersonal, que se han converti¬do en una prioridad cultural del mundo occidental.

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