Isabel Perón y El Brujo López Rega


Isabel Perón y El Brujo López Rega

Isabel Perón y El Brujo López Rega
María Estela "Isabel” Martínez de Perón recibía una pesada herencia. Nacida en 1931 en La Rioja, en un hogar de clase media, bailarina mediocre, Isabel había conocido a Perón en el curso de una gira artística en Panamá. Se quedó a vivir con él y se casaron más tarde en España. De rostro inexpresivo, imitaba los peinados de Evita cuyo ejemplo parecía intimidarla. Era conservadora y muy reservada.

Isabel pasó de ocuparse de los asuntos domésticos del ex presidente a desempeñar delicadas misiones en su nombre. A partir de 1965, año en que conoció a López Rega, quedó bajo la influenciar del ex comisario, cuyos poderes domésticos crecieron en la medida en que desmejoraba la salud de Perón.

Como presidente y jefa del justicialismo, Isabel contaba con la buena voluntad de los partidos, de los gremios, de la jerarquía eclesiástica y de las Fuerzas Armadas. Pero su consejero áulica y responsable de su “entorno" sería el ministro López Rega. Por otra parte a pesar de la tradición verticalista del peronismo, pronto quedó en claro que una cosa era Perón y otra muy distinta su viuda.

En efecto, los burócratas gremiales ortodoxos no estaban dispuestos a aceptar que los sindicalista clasistas y combativos ganaran posiciones frente a las bases obreras. A través de un complicado procedimiento digitado desde el Ministerio de Trabajo, las conducciones nacionales de los sindicatos recuperaron espacio. Lograron mejoras sustanciosas para los trabajadores. Así reapareció la inflación".

Por su parte Montoneros anunció su pase a la clandestinidad. La "Orga", como la llamaban sus adherentes, contaba con milicianos bien adiestrados. La JP y las organizaciones estudiantiles le proporcionaban la gente necesaria para las operaciones de apoyo. Obtenía recursos económicos mediante secuestros v rescates. El de los hermanos Juan y Jorge Born, dueños de una firma exportadora de cereales, les dejó sesenta millones de pesos. Pero la lucha de Montoneros se vació de sentido a medida que acentuaba sus contenidos militares y que se empeñaba incomprensiblemente en destruir a un gobierno peronista legítimamente elegido.

En estas circunstancias el secretario de la CGT y el de las 62 Organizaciones se aliaron con López Rega. Por pedido de estos viejos caciques se intervinieron los gremios clasistas. Tosco, Salamanca y Ongaro, entre otros, fueron a prisión y gracias a estas acciones la protesta gremial se calmo.

Mientras tanto en las universidades nacionales se implantaba una política de extrema derecha, mezcla de fascismo y peronismo. Y en la jerarquía católica, los prelados progresistas y los curas del Tercer Mundo quedaban arrinconados por los obispos de orientación más conservadora y mejor relacionados con los militares. Uno de estos prelados, el arzobispo de Paraná, monseñor Tortolo, fue reelecto por sus pares Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina.

En junio de 1975, la situación económica había llegado a un punto sin retorno, con el peso sobrevaluado, las exportaciones en descenso, un déficit fiscal del 12% y la inflación anual del 40%. Las mejoras laborales negociadas por los gremios, licencias y vacaciones prolongadas, certificados privados para faltar, despidos bien compensados, hicieron una verdadera Jauja del mundo del trabajo. Por otra parte, se dieron casos de asesinatos de patrones de fábricas en conflicto.

Con el propósito de aplicar una corrección severa, el nuevo titular de Economía, Celestino Rodrigo, que integraba el circulo esotérico del ministro López Rega, anunció una devaluación abrupta del peso (habría un dólar financiero, uno comercial y otro turista). De la noche a la mañana la población vio disminuir sus ingresos a la mitad y esfumarse sus ahorros. Los combustibles aumentaron el 175%.

Se produjo entonces una pulseada entre el gobierno y los gremios. Estos últimos, encabezados por Casildo Herreras y Lorenzo Miguel, decretaron la primera huelga general contra un gobierno peronista. El gobierno cedió y se comprometió a autorizar aumentos de salarios y la reunión de las paritarias que estaban suspendidas desde hacía dos años. El proceso inflacionario que se desató a raíz de estos hechos fue de una gravedad inédita: 34% en julio: 23% en agosto. La lógica sindical del peronismo volvía ingobernable al país.

El llamado "Rodrigazo" terminó con el sueño de la Argentina Potencia y puso al país frente a una realidad durísima. Una serie de ministros se sucedieron en la cartera de Economía. El recurso aplicado fue la indexación de precios y salarios de acuerdo al costo de vida.

El gobierno buscaba inútilmente un rumbo. Isabel, ante el cúmulo de problemas insolubles, pasaba más tiempo en una clínica privada, atendiéndose de malestares indefinidos, que en la Casa de Gobierno. Su discurso nervioso y simplista "para que todos los argentinos sean felices" no convencía a nadie, y menos a los empresarios y a los jefes militares que ya habían empezado a planificar el golpe. Por otra parte, estaba acusada de utilizar los fondos de la Cruzada de la Solidaridad para gastos personales.

A medida que se profundizaba el "vacío de poder", los militares volvían a ocupar el escenario. El Operativo Independencia (febrero de 1975), autorizado por la presidente, tuvo como objetivo "aniquilar" a la guerrilla en el monte tucumano. Dicho Operativo, encarado por el Ejército contra poco más de un centenar de guerrilleros, desarticuló al ERP. Un segundo decreto dio la orden "de aniquilar el accionar de los subversivos en todo el territorio del país". De este modo, las Fuerzas Armadas actuando en forma coordinada detenían a los sospechosos y no informaban a la Justicia sino tardíamente. Sin embargo, la pena de muerte por fusilamiento, autorizada por el Código Penal, no se aplicó en ningún caso.

Las organizaciones subversivas estaban ya muy debilitadas a fines de 1975, como se puso de manifiesto en el fallido intento del ERP de copar el arsenal militar de Monte Chingolo (Buenos Aires), el 23 de diciembre de 1975. Este operativo le costó la vida a medio centenar de combatientes, en su mayoría adolescentes recién incorporados a sus filas, y a numerosos vecinos de barrios humildes de la zonal.

Era ahora evidente que los militares estaban decididos a volver y que el gobierno había entrado en la cuenta regresiva. El discurso del nuevo comandante en jefe del Ejército, el general Jorge Rafael Videla, pronunciado en Famaillá, Tucumán, el día de Navidad, indicó que la "paciencia" de los militares había llegado a su límite, recomendó modificar rumbos y condenó la pasividad cómplice.

Por su parte, el arzobispo de Santa Fe, monseñor Vicente Zaspe, en sus homilías radiales, enumeraba la serie de secuestros, torturas, bombas y asaltos que habían destrozado familias, instituciones, partidos, sectores; muchachos, chicas, militares, marinos, sindicalistas, sacerdotes, jueces, niños, gente pobre, rica, de la ciudad y del interior.

“Hemos probado todo, hemos experimentado la sangre y la muerte. ¿Y ahora qué? ¿Seguiremos denunciando, matando, muriendo, rabiando, llorando?

“¿No podemos intentar una reflexión, un paréntesis; quizás una oración? Es necesario que la Argentina se serene, porque debe reencontrarse consigo misma, identificarse, purificarse, salir del atolladero”.

Pero al país le falta todavía experimentar lo peor. Esto vendría después del 24 de marzo de 1976, día en que Isabel Perón fue destituida por las Fuerzas Armadas, cuando faltaba un año para que se cumpliera su mandato.

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