Resulta común observar en Barcelona a grupos de alumnos paseando con sus maestros por las estrechas y oscuras calles y pasajes medievales del barrio gótico, o bien frente a la fachada modernista de algún edificio, o simplemente disfrutando de un día de playa en el puerto Olímpico o en la Barceloneta.
El hecho no es casual. Desde hace diez años Barcelona encabeza la Asociación Internacional de Ciudades Educadoras, que hoy agrupa a 150 ciudades de todo el mundo - incluyendo nuestro Valparaíso-, y constituye el centro generador de reflexión e iniciativas en torno a la idea de conjugar educación y ciudad. La Asociación acaba de realizar su Congreso en Lisboa, Portugal, los días 21 y 24 de noviembre, en torno a cinco temas: a) la apropiación del espacio de la ciudad por las personas; b) desarrollo local, solidaridad e interdependencias (ciudad/campo; desarrollo/subdesarrollo, medio ambiente/crecimiento económico); c) educación, formación, empleo y ocio: el papel estratégico de la ciudad; d) la escuela y los nuevos modelos de formación y ciudadanía; e) memoria e identidad de la ciudad.
La agenda permite formarse una idea del contenido y amplitud de la temática que se aglutina alrededor del concepto de Ciudad Educadora: desde el desafío urbanístico de construir espacios públicos que favorezcan el encuentro y la participación ciudadana hasta la recuperación de la ciudad como recurso pedagógico, pasando por un conjunto de ideas e iniciativas que apuntan a reconstituir la memoria e identidad de las personas alrededor de sus barrios y ciudades.
La naturaleza del desafío obliga a producir una mirada y un trabajo interdisciplinario: se necesitan no solo urbanistas, arquitectos y profesores, también historiadores, artistas, asociaciones ciudadanas, sindicatos, empresarios. Transformar una ciudad en una Ciudad Educadora pasa en lo formal por suscribir la Declaración de Barcelona de 1990, pero en lo real por reunir a un grupo amplio de ciudadanos junto a las autoridades locales, y construir un acuerdo para impulsar una ciudad incluyente y tolerante; formadora de ciudadanía; capaz de ofrecer servicios de calidad a sus habitantes; dinámica culturalmente; estructurada urbanísticamente como una oportunidad educativa al servicio de las personas de todas las edades y condiciones; y en estrecha interacción con una escuela que abre sus puertas para integrar el quehacer pedagógico a su entorno vital urbano.
Una ciudad educadora no solo se construye y reconstruye, también en gran parte se descubre. Obliga a revisitar sus barrios, sus edificios, sus plazas, sus paseos; mirar aquellos muros y clausuras que desconectan la ciudad, los pasajes que un día se cerraron y que imposibilitando un encuentro, una conversación, una historia. Restaurar los viejos objetos de la ciudad hasta que éstos recuperen, para decirlo en palabras de W. Benjamin su "aura", es decir, aquella c"manifestación irrepetible de una lejanía"; para que cuando miremos la ciudad y sus objetos éstos no permanezcan inertes sino que nos "devuelvan la mirada"...
Mirado el tema desde la educación, dos han sido los principales desafíos asumidos en estos años: por un lado, construir el Proyecto Educativo de Ciudad, un extenso documento que plasma el trabajo de años de esfuerzo colectivo por definir lo que Barcelona quiere que sea la educación, y cuales aquellos objetivos y valores que la animan como ciudad; y por otro lado, construir el "mapa educativo de la ciudad", es decir, aquel conjunto de lugares, espacios, paseos, parques, museos, edificios, calles, lugares de recreación, centros de trabajo y talleres, teatros, etc; que permiten ser utilizados por las comunidades educativas como recursos de aprendizajes, tanto de materias específicas del currículo -siempre será más atractivo aprender en una excursión que en una sala de clases algún nuevo conocimiento -, como de manera más amplia para favorecer la formación en valores democráticos y ciudadanos.
Y para quienes no gustan restringirse por los imperativos de "lo posible", bajo la idea de la ciudad educadora algunos han visto la oportunidad de canalizar las ideas de F. Tonucci sobre la "ciudad de los niños": construir una ciudad a la medida de los niños, para así dar la "talla" de la diversidad etaria, de capacidad física y de las motivaciones de los habitantes de una ciudad. Como a dicho Tonucci "Se trata de conseguir que la Administración ponga los ojos a la altura de los niños, para no perder de vista a nadie. Se trata de aceptar la diversidad intrínseca del niño como garantía de todas las diversidades (…) Quién sea capaz de tener en cuenta las necesidades y los deseos de los niños no tendrá ningún problema para saber tener en cuenta también las necesidades de los ancianos, de los minusválidos y de los inmigrantes. Hay que imaginar que, cuando la ciudad está más adaptada a los niños, estará también más adaptada a todos".
Se dice que las primeras ciudades datan de hace seis mil años en la Mesopotamia: Uruk, Eridu, Ur , Babilonia. Desde entonces mucho agua ha corrido bajo los puentes: según datos de la OCDE el 2025 los 3/5 partes de la población mundial vivirá en ciudades y ahora mismo existen 21 megaciudades que superan los 10 millones de habitantes (sintomáticamente 17 de las cuales se sitúan en países subdesarrollados o en vías de desarrollo). Conviven en estos momentos ciudades tolerantes y bien organizadas como Amsterdam o la propia Barcelona; dinámicas e inquietantes como la renacida Berlín; seductoras e inabarcables como Nueva York; ciudades que un día parecieron imposibles como Sarajevo; pobres más allá de la imaginación en el Africa sudsahariano; congestionadas y desesperanzadas, a pesar de su juventud, en latinoamerica.
La Ciudad Educadora encierra muchas ideas concretas, pero tal vez su principal mérito es que representa una metáfora -esa posibilidad del lenguaje donde las palabras todavía no han muerto en un concepto- . Una metáfora que resuena internamente, evocando alguna "lejanía" no muy precisa; tal vez la intuición que es posible emprender un nuevo renacimiento urbano y ciudadano de nuestras ciudades y hacer de éstas lugares que valgan la pena ser vividas. La educación no solo puede contribuir decididamente a ello, sino también ser su principal beneficiaria
El hecho no es casual. Desde hace diez años Barcelona encabeza la Asociación Internacional de Ciudades Educadoras, que hoy agrupa a 150 ciudades de todo el mundo - incluyendo nuestro Valparaíso-, y constituye el centro generador de reflexión e iniciativas en torno a la idea de conjugar educación y ciudad. La Asociación acaba de realizar su Congreso en Lisboa, Portugal, los días 21 y 24 de noviembre, en torno a cinco temas: a) la apropiación del espacio de la ciudad por las personas; b) desarrollo local, solidaridad e interdependencias (ciudad/campo; desarrollo/subdesarrollo, medio ambiente/crecimiento económico); c) educación, formación, empleo y ocio: el papel estratégico de la ciudad; d) la escuela y los nuevos modelos de formación y ciudadanía; e) memoria e identidad de la ciudad.
La agenda permite formarse una idea del contenido y amplitud de la temática que se aglutina alrededor del concepto de Ciudad Educadora: desde el desafío urbanístico de construir espacios públicos que favorezcan el encuentro y la participación ciudadana hasta la recuperación de la ciudad como recurso pedagógico, pasando por un conjunto de ideas e iniciativas que apuntan a reconstituir la memoria e identidad de las personas alrededor de sus barrios y ciudades.
La naturaleza del desafío obliga a producir una mirada y un trabajo interdisciplinario: se necesitan no solo urbanistas, arquitectos y profesores, también historiadores, artistas, asociaciones ciudadanas, sindicatos, empresarios. Transformar una ciudad en una Ciudad Educadora pasa en lo formal por suscribir la Declaración de Barcelona de 1990, pero en lo real por reunir a un grupo amplio de ciudadanos junto a las autoridades locales, y construir un acuerdo para impulsar una ciudad incluyente y tolerante; formadora de ciudadanía; capaz de ofrecer servicios de calidad a sus habitantes; dinámica culturalmente; estructurada urbanísticamente como una oportunidad educativa al servicio de las personas de todas las edades y condiciones; y en estrecha interacción con una escuela que abre sus puertas para integrar el quehacer pedagógico a su entorno vital urbano.
Una ciudad educadora no solo se construye y reconstruye, también en gran parte se descubre. Obliga a revisitar sus barrios, sus edificios, sus plazas, sus paseos; mirar aquellos muros y clausuras que desconectan la ciudad, los pasajes que un día se cerraron y que imposibilitando un encuentro, una conversación, una historia. Restaurar los viejos objetos de la ciudad hasta que éstos recuperen, para decirlo en palabras de W. Benjamin su "aura", es decir, aquella c"manifestación irrepetible de una lejanía"; para que cuando miremos la ciudad y sus objetos éstos no permanezcan inertes sino que nos "devuelvan la mirada"...
Mirado el tema desde la educación, dos han sido los principales desafíos asumidos en estos años: por un lado, construir el Proyecto Educativo de Ciudad, un extenso documento que plasma el trabajo de años de esfuerzo colectivo por definir lo que Barcelona quiere que sea la educación, y cuales aquellos objetivos y valores que la animan como ciudad; y por otro lado, construir el "mapa educativo de la ciudad", es decir, aquel conjunto de lugares, espacios, paseos, parques, museos, edificios, calles, lugares de recreación, centros de trabajo y talleres, teatros, etc; que permiten ser utilizados por las comunidades educativas como recursos de aprendizajes, tanto de materias específicas del currículo -siempre será más atractivo aprender en una excursión que en una sala de clases algún nuevo conocimiento -, como de manera más amplia para favorecer la formación en valores democráticos y ciudadanos.
Y para quienes no gustan restringirse por los imperativos de "lo posible", bajo la idea de la ciudad educadora algunos han visto la oportunidad de canalizar las ideas de F. Tonucci sobre la "ciudad de los niños": construir una ciudad a la medida de los niños, para así dar la "talla" de la diversidad etaria, de capacidad física y de las motivaciones de los habitantes de una ciudad. Como a dicho Tonucci "Se trata de conseguir que la Administración ponga los ojos a la altura de los niños, para no perder de vista a nadie. Se trata de aceptar la diversidad intrínseca del niño como garantía de todas las diversidades (…) Quién sea capaz de tener en cuenta las necesidades y los deseos de los niños no tendrá ningún problema para saber tener en cuenta también las necesidades de los ancianos, de los minusválidos y de los inmigrantes. Hay que imaginar que, cuando la ciudad está más adaptada a los niños, estará también más adaptada a todos".
Se dice que las primeras ciudades datan de hace seis mil años en la Mesopotamia: Uruk, Eridu, Ur , Babilonia. Desde entonces mucho agua ha corrido bajo los puentes: según datos de la OCDE el 2025 los 3/5 partes de la población mundial vivirá en ciudades y ahora mismo existen 21 megaciudades que superan los 10 millones de habitantes (sintomáticamente 17 de las cuales se sitúan en países subdesarrollados o en vías de desarrollo). Conviven en estos momentos ciudades tolerantes y bien organizadas como Amsterdam o la propia Barcelona; dinámicas e inquietantes como la renacida Berlín; seductoras e inabarcables como Nueva York; ciudades que un día parecieron imposibles como Sarajevo; pobres más allá de la imaginación en el Africa sudsahariano; congestionadas y desesperanzadas, a pesar de su juventud, en latinoamerica.
La Ciudad Educadora encierra muchas ideas concretas, pero tal vez su principal mérito es que representa una metáfora -esa posibilidad del lenguaje donde las palabras todavía no han muerto en un concepto- . Una metáfora que resuena internamente, evocando alguna "lejanía" no muy precisa; tal vez la intuición que es posible emprender un nuevo renacimiento urbano y ciudadano de nuestras ciudades y hacer de éstas lugares que valgan la pena ser vividas. La educación no solo puede contribuir decididamente a ello, sino también ser su principal beneficiaria